4/9/11

Cuando el arte resurge en el albero

Patio de cuadrillas. Expectación en los alrededores. Aficionados esperando en la puerta la llegada de los toreros. Se acerca una furgoneta blanca, y enseguida los aficionados ven que se trata de la de Luis Miguel Vázquez. El torero se baja tras la cuadrilla, saluda y firma autógrafos. Un pensamiento cruza por su mente, esa iba a ser su tarde, el triunfo le llegaría en unas horas, no saldría por esa puerta, sino por la de enfrente.

Mientras espera a la hora de liarse el capote de paseo son muchas amistades las que se acercan a saludarlo. Con una sonrisa los saluda. Un rictus relajado se refleja en su semblante. Seguramente que la procesión iba por dentro. Eran muchas emociones y sentimientos enfrentados a la responsabilidad de ser su primera corrida y por ende, en su tierra.

Se aproxima la hora de que suenen los timbales. La cuadrilla rodea al torero para comenzar el ritual. Primero se cala la montera, tiene que encajar y a la vez no molestar, eso es imprescindible. Se echa el capote al hombro izquierdo y comienzan a liarle el capote, los pliegues para que quede bien ajustado al cuerpo, que no haga ni una arruga. Su rostro ahora refleja concentración.

Suenan clarines y timbales y la puerta se abre para que hagan el despeje los alguacilillos. A continuación lo hacen los toreros acompañados de sus cuadrillas. Luis Miguel Vázquez va situado en el centro del paseíllo al ser el tercero en el cartel. Cruzan el albero y saludan a la presidencia, para a continuación cambiar el capote de paseo por el de brega. Las primeras verónicas al viento surgen de sus manos. Tras la primera toma de contacto se sitúa en detrás de la barrera, en el callejón al lado del burladero de matadores. Atento observa a sus compañeros.

Sale el tercero de la tarde, y tras dar la primera vuelta de reconocimiento, Vázquez sale a saludarlo en tercio. Despertó a la plaza con sus verónicas de buen gusto, abriendo el compás y dejando impresa en el albero el comienzo de una obra de gran belleza. El ramillete de verónicas con el mentón hundido en el pecho arrancó los olés más sinceros y profundos de la tarde, tras la media de cartel de toro. El astado fue picado en la puerta de cuadrillas. El quite llegó con ajustadas chicuelinas, de una calidad y un temple extraordinarias. Con serenidad y la muleta en su mano comienza la faena, muletazos por alto. Muy quieto, sin moverse un ápice. Con la derecha una tanda muy buena, llena de empaque y cadencia. En la siguiente tanda llegó el susto de la tarde, tras la salida de un pase de pecho, donde se quedó enrollado en el burel, este aprovechó y prendió al torero de la taleguilla, destrozándole todo el adorno del muslo derecho. Afortunadamente no caló en su piel. Por el izquierdo, muy templado y con mano baja dejó un gran sabor. Adornos con la firma del torero para terminar con una estocada que le serviría para cortar los dos apéndices que le aseguraban el triunfo.

La culpa de que la tarde no fuera todo lo redonda y brillante que cabía fue del que salió en sexto lugar, un toro complicado. El toreo de capa no fue el mismo que en el toro anterior, no tuvo ese sabor puesto que no se empleó el de Guadalmena. Durante la lidia estuvo pendiente Vázquez de todo, no quería que se diera un muletazo de más, había que cuidar al toro. Comenzó flexionado, muy seguro de sí mismo y poniendo toda la carne en el asador. Por el pitón izquierdo no tenía pases, lo intentó el torero, y los tuvo que dar de uno en uno. Con la espada en esta ocasión no acertó, dos pinchazos y dos descabellos. El respetable vio la labor que había hecho ante ese ejemplar y lo premió con una gran ovación que recogió en el tercio.

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