Suena el despertador, y no es una mañana cualquiera para Luis Miguel Vázquez, tiene una cita en el campo. En concreto en la finca El Pulido, propiedad de Javier Gallego. Allí le esperan sobre las once y media de la mañana para tentar. Las ilusiones van puestas en su mente, en las cosas que va a hacer frente a las becerras.
Prepara los trastos, deben estar intactos, impecables para poder acariciar las embestidas de la becerra. Su traje corto preparado en la maleta, junto con los zahones y los botos.
El sol había salido, lucía radiante en el horizonte, despuntando la primavera que se aproximaba. Se vislumbraba un día precioso en el que el toreo debía brotar de las muñecas del daimieleño.
A la hora prevista llega a la finca el torero. En los chiqueros se estaba procediendo al enchiqueramiento de las becerras. El ganadero junto con su hijo maneja las puertas con cuidado y sapiencia para no violentar a las reses. Luis Miguel sube a ver las becerras, las observa e incluso le echa el ojo a alguna. La casta Veragua y la Domecq. Al final las becerras de sangre Veragua se quedan en los chiqueros, y son el nuevo ganado que ha comprado Gallego el que se prueba en la placita de tientas. Cuatro becerras de Las Ramblas que comparten Luis Miguel Vázquez e Iván Fandiño.
Tras la foto de rigor en la que los ganaderos y toreros posan para los fotógrafos se procede al tentadero. Por orden de antigüedad Luis Miguel Vázquez es el primero. Se abre la puerta de chiqueros y aparece la primera becerra castañita que recorre el ruedo de la placita de tientas hasta que topa con el picador, en esta ocasión Enrique Gallego, el hijo del ganadero. Una vuelta más para encontrarse con el capote de Luis Miguel Vázquez que la recibe con mucha suavidad, mostrando su capote para que la de Las Ramblas meta la cara en él. Se muestra a gusto el torero y le ve cositas a la becerra. Cuando coge la muleta compone una bella figura, para componer una faena en la que muestra todo el empaque y temple que tiene este torero. Una faena larga por ambos pitones, donde deja muletazos de gran sabor. El silencio es compañero de cada pase, de cada embestida y de cada remate o adorno. Mientras el ganadero y el resto de los asistentes observan el devenir de lo que está sucediendo en el ruedo. Sin comentar, tan sólo disfrutando, ya habrá tiempo de hablar, no hay que perder la vista del centro de la plaza.
Se confía por el pitón izquierdo, por donde la vaca entra mejor, acorta las distancias y la embebe en la bamba de su muleta. La cita de lejos, y ella sabe que debe acudir a la llamada del torero, que la está enseñando a embestir, que le muestra el camino que debe coger. Se funden en uno tanto el hombre y el animal cuando dibujan un muletazo. Es puro arte lo que se dibuja al natural.
No todos los animales tienen porque embestir de la misma manera, unos humillan más que otros, eso pasó con la segunda becerra que le tocó a Luis Miguel, no tenía la misma condición que su anterior, aún así supo sacarle todo lo que tenía dentro. Le costó entenderla porque no se lo puso fácil de primeras y eso hizo que el acople no fuera el mismo que en la anterior. A pesar de eso no desistió en su intento y consiguió dejar su sello personal en el trasteo.
Una jornada interesante para el torero que estuvo frente al animal para medirse, para ver su capacidad de cara a su próximo compromiso. Un compromiso importante que puede marcar un antes y un después en su trayectoria.
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