La afición está de enhorabuena. Nunca un comunicado de prensa ha causado tanta expectación, como el recibido por el diestro daimieleño, Luis Miguel Vázquez, confirmando su vuelta a los ruedos.
Hay fechas que no sé deben dejar pasar por alto y un aniversario no es para menos. Pronto se sabrán fechas para apuntar en la agenda, para llevar la ilusión perenne de volver a disfrutar de un toreo de arte, como el que Vázquez derramó en la arena de las distintas plazas en las que hizo el paseíllo. Un toreo puro y de verdad con el que no engañó a nadie. Con el que supo conquistar a la afición por su forma de torear, porque así es Luis Miguel. Un torero sin ambages.
Ilusión en su voz por volver a vestirse de luces, por volver a sentir las sensaciones que imprime una tarde de toros, con su amalgama de colores en el ruedo, callejón y tendido. Con lo que conlleva la preparación de antes de una tarde importante. Esos tentaderos en los que la vaca te pone a prueba y tienes que darlo todo, sentir más que nunca el toreo, puesto que se torea en la intimidad del campo. Esa intimidad de la que muy pocos pueden disfrutar y donde verdaderamente se ve la esencia del toreo y del torero.
Ilusión por volver a tener ese diálogo, vis a vis, con el burel. Por derramar su arte en el albero derrochando ese poderío que tanto le caracteriza. Esa prodigiosa mano izquierda en la que los naturales brotan de sus muñecas con ese embrujo propio de las raíces más ancestrales de la tauromaquia. En el que echa la pierna pa'lante y carga la suerte para vaciarse al final del mismo.
Ilusión, la que ha despertado en los mentideros taurinos, en los que hoy no se habla de otra cosa que de la vuelta a los ruedos de ese torero al que todos recuerdan por las faenas que guardan en sus retinas. Volverán a soñar con ver ese ramillete de verónicas que acarician la faz del toro, cimbreando su cintura y deleitando con esa media de cartel de toros.
Ilusión de una afición a la que dejó huérfana cuando decidió retirarse. Se aparto de su profesión con discreción. Tal y como es él. Un torero serio, elegante y discreto donde los haya. Muchas circunstancias confluyeron para no volver a sentir su toreo. Pero esa pasión no muere de la noche a la mañana, sus brasas estaban ahí, esperando el momento justo para resurgir, cual Ave Fénix después de una década.
Década en la que se ha ido tirando de memoria en los círculos taurinos después de cada tarde de toros. Siempre se ha recordado su forma tan carismática de torear. Incluso en tertulias se le ha mencionado año tras año. Luis Miguel Vázquez no estaba olvidado por la afición, al contrario, estaba muy presente aunque a él no le constara, que seguro que sí.
Año de jubilo el que se presenta al tomar la decisión de volver. Ya venía rondando por su cabeza, su cuerpo anhelaba ese silencio roto tras el paseíllo. Ese silencio en la habitación del hotel mientras lleva a cabo el ritual de vestirse. Ese silencio externo que rompe la conversación interior que tiene consigo mismo. Silencio que quebranta el arte y desnuda el alma, que sentencia cuando no se ha logrado el triunfo y mortifica por dentro con el miedo a no estar a la altura. Miedo que vencerá en las tardes en las que haga el paseíllo porque se sentirá arropado por el cariño de su afición.
Se enfundará el traje de luces como sino hubiera pasado un década. Volverá con ese poso que dan los años. Con la sabiduría característica de quien lleva por bandera el toreo. Con la madurez de un maestro que viene a disfrutar de su pasión para transmitir su sentimiento más puro. Con esa vitola de torero de arte. Con ese duende que muy pocos tienen. Y ese embrujo que conquista al más escéptico de los aficionados.
Sólo falta que los astros se alineen para que todo fluya. Y que el nombre de Luis Miguel Vázquez resuene y brille con esa luz propia que nunca se debió apagar. Que su pellizco acaricie la templanza de cada lance. Que su mentón se apoye en ese pecho henchido de pasión. Que su aroma perfume cada pase y derroche esa torería que inunda su alma.
Mucha suerte, torero, en esta nueva andadura.
Gracias por despertar los sentidos dormidos de una afición que te espera desde hace una década. Vuelve a susurrar con el corazón para captarlo con los sentidos del alma.